Las Pulseras de Huda. Su Perfume

En uno de los tantos encuentros con las colectividades, precisamente en Villa Ocampo Santa Fe, entre los objetos expuestos espontáneamente sobre un escritorio, por los organizadores del encuentro, algo atrajo mi atención.

Tomé cuidadosamente una cajita con un delicado trabajo de madera taraceada.

En su interior dos eslabones muy gastados de una pulsera, encierran una finísima filigrana de plata, son rectangulares y están unidos entre sí.

Los miro con detenimiento.

Entre el público presente, se halla una joven muy bonita, con un cuerpo escultural, que se arrimó hasta donde yo estaba.

Muy atenta se presentó.

Espontáneamente se estableció entre nosotros un nexo afectivo singular.

Huda me acercó un frasquito de perfume, que contiene restos de un líquido ambarino, de exquisito aroma.

La tapa dorada, tiene la forma de la cúpula de un minarete o algo parecido, netamente oriental.

Miré los ojos de Huda, percibí que estaban demasiado brillantes.

¿que es esto que pones en mis palmas? le pregunté.

No pudo retener sus lágrimas.

Esperé paciente.

"Es lo que queda de una pulsera que traje desde Siria, cuando partí con mis dos hermanas hacia Argentina - aquí se hallaba mi padre - y un  perfume, también de allá."

¿Por qué te emociona tanto mostrármelos?

Es que si tengo que contar la historia, debo decir toda la verdad.

Tenía apenas doce años.

Teníamos que embarcar para Argentina, con mis dos hermanas.

Debíamos dejar todo, mis cosas, aunque sencillas y pequeñas, pero tan mías y tan amadas...

Nos separábamos físicamente de mi familia; mis hermanos, mamá y mi adorada tía Adela.

Ella llevaba puesta siempre, una pulsera que me cautivaba

Con cierta angustia y temor, pensaba, ¿Cómo despegarme de mamá?

Silenciosamente busqué el frasco de perfume.

Sabía donde lo guardaba;mamá lo tenía para algunas ocasiones.

Cuando se lo ponía, podíamos seguir por la casa su aroma, deleitándonos.

Tenerlo en mis manos era como traerme parte de mi madre.

Fue muy duro el despegue, sigilosamente guardé en mi bolso el frasquito.

¿Cómo hacer con mi adorada tía Adela?, Decidí casi sin pensarlo.

Traje conmigo , esa pulsera que admiraba y que ella lucía orgullosa cuando terminaba las tareas de la casa.

Secretamente la busqué, la coloqué en mi brazo izquierdo, la tapé cuidadosamente con la manga del abrigo.

Ya estaba conmigo mi tía amada.

No me sentía tan sola.

El metal se había entibiado, su calor me daba ánimo, su mano protectora me mimaba.

Cuando nadie me veía, sacaba el frasquito de perfume, respiraba hondo su aroma que penetraba por mis fosas nasales y recorría todo mi cuerpo.

Sentía los brazos de mi mamá envolviéndome y la imaginaba trajinando por la casa.

Así transcurrió mi viaje.

Así me acompañan estos objetos amados que ayudan a que la añoranza no sea tan dura.

Los recuerdos se agigantan cuando el corazón se tiñe de añoranza.

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